Las Aventuras de Leo



Había una vez un niño llamado Leo que vivía en un barrio lleno de aventuras. Su barrio era un lugar mágico, con parques, ríos y muchos amigos. A Leo le encantaba intentar cosas nuevas: andar en bicicleta, construir castillos de arena y correr tan rápido como el viento. Pero, a veces, las cosas no salían como él quería.

Un día, Leo decidió que quería aprender a andar en patineta. "¡Hoy es el día!"- se dijo a sí mismo mientras alistaba su patineta nueva. Salió de su casa con una gran sonrisa y se encontró con su mejor amigo, Pablo.

"¿Vas a usar tu patineta, Leo?"- le preguntó Pablo. "Sí, ¡voy a ser el mejor patinador del barrio!"- respondió Leo, lleno de entusiasmo.

Pero cuando llegó al parque, se dio cuenta de que todos los demás niños andaban con mucha más habilidad. Miró cómo se deslizaban con gracia, y de repente, sintió que las ganas de intentarlo se desvanecían. "Tal vez no debería haber venido..."- murmuró Leo, un poco desilusionado.

Justo en ese momento, notó a una niña llamada Ana que estaba intentando hacer un truco en su patineta, pero se cayó. Todos alrededor comenzaron a reírse.

"No deberías hacer eso, Ana. Mejor quédate con lo que sabes"- dijo uno de los chicos.

Pero Ana se levantó y, con una sonrisa valiente, respondió: "¡No voy a rendirme!"- y se subió a la patineta de nuevo. Esta vez, intentó hacer el truco de nuevo y... ¡lo logró! Todos aplaudieron. Leo la miró admirado.

"¿Ves, Leo? Si ella puede, yo también puedo"- se dijo a sí mismo.

Tomó su patineta y, decidido, se subió. Al principio se tambaleó y casi se cayó, pero se acordó de Ana y decidió intentarlo de nuevo.

"Vamos, Leo, vos podés"- se animó Pablo.

Con cada intento, Leo se sentía más confiado. Aunque se cayó algunas veces, se levantó y volvió a intentarlo. Cuando menos lo esperaba, logró darse una vuelta completa sin caerse.

"¡Lo logré!"- gritó Leo, saltando de alegría. Los chicos que antes se estaban riendo ahora lo miraban con respeto. "Buen trabajo, Leo"- dijo uno de ellos.

A partir de ese día, Leo y Ana se hicieron grandes amigos y juntos comenzaron a organizar competiciones de patineta en el parque. Aprendieron que la clave de la diversión estaba en intentar, caerse y levantarse las veces que hicieran falta.

Una tarde, mientras todos patinaban, Leo decidió que quería mostrar un truco nuevo. Se sintió un poco nervioso, así que hablando con Ana le confesó:

"No sé si puedo, ¿y si me caigo?"-

Ana sonrió y le respondió:

"Caerse solo significa que estás intentando algo difícil. ¡Pensá en todo lo que ya has logrado!"-

Con el ánimo a flor de piel y el corazón latiendo con fuerza, Leo se lanzó a la pista. Ejecutó el truco y, aunque al final cometió un pequeño error y se cayó, se levantó tan rápido como pudo.

"¡Eso fue increíble!"- gritó Pablo. "¡No importa si no lo lograste bien, lo importante es que lo intentaste!"-

Y así, Leo comprendió que: La verdadera aventura no estaba solo en lograr algo, sino en atreverse a hacer cosas nuevas y no rendirse nunca. Desde entonces, Leo decidió que por cada caída, habría una oportunidad de levantarse, recordar que cada intento lo acercaba a convertirse en un mejor patinador y, sobre todo, le traía nuevas aventuras que compartir con sus amigos.

Leo siguió explorando su barrio lleno de sorpresas, porque sabía que cada día era la oportunidad perfecta para descubrir algo nuevo y aprender de cada uno de sus intentos.

FIN.

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