Las travesuras de Pepe y la amistad inesperada



Era un día soleado en la escuela primaria del barrio, y Pepe, un niño inquieto de ocho años, miraba por la ventana mientras los demás alumnos hacían fila para entrar al aula.

-. ¿Por qué siempre se porta así? -se preguntaba la maestra Clara mientras observaba a Pepe saltar en su asiento.

Pepe no tenía un papá que lo guiara, y eso lo hacía sentir un poco perdido. Para llamar la atención, a veces hacía travesuras, como esconder los útiles de sus compañeros o hacer ruidos extraños durante las clases.

-Un día, decidí hacer algo diferente -pensó Pepe en voz baja-. Hoy voy a hacer la mejor travesura de todas. ¡Voy a atar el rabo de la silla de la maestra Clara!

Con cuidado, Pepe puso en práctica su plan. Ató un hilo a la silla de la maestra justo antes de que comenzara la clase. Cuando la maestra se sentó, ¡zas! La silla se movió y la maestra se encontró en el suelo.

-. ¡Pepe! -gritó la maestra con voz indignada-. ¡Esto no se hace!

Pepe se rió, pero en el fondo, sintió un nudo en el estómago. Notó cómo miraban a su alrededor sus compañeros, algunos riendo y otros inquietos.

Después de esa travesura, la maestra decidió hablar con Pepe en privado.

-. Pepe, sé que a veces te sientes solo, pero lo que hiciste no es la manera de buscar atención. ¿Qué te parece, si hablamos un poco? -le dijo la maestra con suavidad.

Pepe se encogió de hombros, sabiendo que ella tenía razón. -No sé, maestra, a veces me siento invisible.

-. No estás solo, Pepe. Todos en esta clase estamos aquí para aprender y apoyarnos. Quiero encontrar la mejor manera de ayudarte -le sugirió la maestra.

Para su sorpresa, esa conversación le hizo pensar. Pepe vio cómo sus compañeros eran diferentes y tenían sus propias historias. Decidió que no quería ser más el “chico travieso” que sólo hacía lío.

Al siguiente receso, mirando a sus amigos, tuvo una idea. -¿Y si hacemos una obra de teatro para la clase? -dijo en voz alta.

-. ¡Sí! -respondió Ana, su compañera de banco-. Es una buena idea.

-. ¡Pero necesitamos un director! -agregó Lucas, un niño que siempre seguía sus propuestas.

Pepe, sintiéndose inspirado, levantó la mano. -¡Yo puedo ser el director!

A medida que los días pasaban y ensayaban, Pepe tuvo que aprender a trabajar en equipo. Aunque al principio deseaba brillar solo, se dio cuenta de que escuchar a sus amigos y tomar en cuenta sus ideas era fundamental.

-. Miren este personaje que hice: ¡es un grillo! -dijo divertido al mostrar un disfraz improvisado.

-. ¡Sos buenísimo! -reconoció Ana mientras pintaba un fondo para el escenario.

Cuando llegó el gran día de la obra, todos estaban nerviosos, pero Pepe se sintió con mucha energía. Durante la actuación, sus compañeros brillaron en escena, y Pepe, sorprendentemente, no solo los guió, sino que también se divirtió.

-. ¡Lo hicimos! -gritó Pepe al finalizar, abrazando a todos. La sala estalló en aplausos y risas.

La maestra Clara se acercó a él y le puso una mano en el hombro. -Estoy muy orgullosa de vos, Pepe. Hoy demostraste que se puede ser creativo sin hacer travesuras.

-. Gracias, maestra. A veces me olvidaba de que puedo divertirme con mis amigos de otra manera -admitió Pepe, comprendiendo que había encontrado la belleza en la amistad y la colaboración.

Así, Pepe no solo dejó sus travesuras atrás, sino que también se volvió un ejemplo de trabajo en equipo. Con el amor de su maestra y el apoyo de sus amigos, aprendió que ser visible y querido no viene solo de hacer travesuras, sino de ser parte de algo más grande.

Y así, en aquella escuela, las travesuras de Pepe se convirtieron en recuerdos divertidos, mientras que su capacidad de liderar y hacer reír a otros fue lo que realmente dejó una huella en el corazón de todos.

FIN.

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