Los gatitos y la travesura del pescado
En una ciudad no muy lejana, vivía una pandilla de gatos traviesos que se dedicaban a hacer travesuras por doquier. Había cuatro gatitos en particular que se destacaban por ser los más revoltosos: Mishi, Pelusa, Garra y Nariz.
Un día, los cuatro amigos decidieron jugarle una broma al señor González, el dueño de la tienda de pescado más famosa del barrio.
Se colaron sigilosamente en su local y empezaron a hacer travesuras: tiraron latas al suelo, desordenaron las estanterías y hasta se comieron algunos pescados frescos. Pero cuando estaban a punto de escapar, Mishi tropezó y cayó sobre un estante lleno de botellas de salsa de tomate.
¡Fue un desastre! La salsa salpicó por todas partes y los cuatro gatitos terminaron cubiertos de rojo. El señor González apareció en ese momento y los vio con cara de sorpresa.
-¡Pero qué han hecho ustedes, traviesos! ¡Mi tienda es un desastre! Los gatitos se miraron entre sí con culpa en sus ojos. Sabían que habían cruzado la línea esta vez. -Lo siento mucho, señor González -maulló Pelusa-. No volverá a ocurrir.
El señor González suspiró y les dijo: -Está bien, pero van a tener que ayudarme a limpiar todo esto antes de irse. Los cuatro amigos asintieron con resignación y se pusieron manos a la obra.
Aunque al principio les costaba trabajar juntos sin pelearse, poco a poco fueron encontrando la manera de colaborar para dejar la tienda impecable. Después de varias horas de arduo trabajo, la tienda finalmente quedó reluciente.
El señor González les dio las gracias con una sonrisa y les ofreció un plato lleno de pescado fresco como recompensa por haber ayudado. Los gatitos aprendieron esa tarde que las travesuras podían ser divertidas, pero también traer consecuencias negativas para ellos y para los demás.
A partir de ese día, decidieron canalizar su energía traviesa en juegos más constructivos y siempre buscaron maneras positivas de divertirse en la ciudad. Y así fue como Mishi, Pelusa, Garra y Nariz descubrieron que trabajar juntos en equipo no solo era beneficioso para ellos mismos, sino también para quienes los rodeaban.
Jugar limpio era mucho más gratificante que cualquier travesura malintencionada. Y desde entonces, se convirtieron en los gatos más queridos del barrio por su espíritu juguetón pero responsable.
FIN.