María y el corderito perdido



María era una niña muy curiosa y soñadora que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos campos verdes. Un día, mientras paseaba por el prado, escuchó un débil balido proveniente de entre los arbustos.

María se acercó con cautela y descubrió a un lindo corderito blanco y esponjoso. - ¡Oh, pero qué sorpresa! -exclamó María emocionada-. ¡Un corderito perdido! El corderito asustado miraba a María con sus grandes ojos negros y temblaba de miedo.

Pero María sabía que tenía que ayudarlo. - No te preocupes, pequeño corderito -dijo María cariñosamente-. Voy a cuidarte y encontraré tu hogar. María tomó al corderito en brazos y lo llevó hasta su casa.

Allí lo alimentó, le dio agua fresca y le construyó un cómodo lugar para dormir en el jardín trasero. Los días pasaron y el corderito comenzó a recuperarse poco a poco.

Ahora saltaba felizmente por el jardín e incluso jugaba con la pelota de María. Todos los vecinos del pueblo quedaban encantados al verlos juntos. Un día soleado, mientras paseaban cerca del río, María notó algo extraño en la orilla opuesta. Era una valla rota que daba hacia una granja abandonada.

- ¿Crees que ese pueda ser tu hogar? -preguntó María al corderito señalando la granja. El corderito baló emocionado como si entendiera las palabras de María. Juntos cruzaron el río y se acercaron a la granja.

María abrió la puerta con cuidado y descubrió que estaba vacía. - Parece que nadie ha estado aquí en mucho tiempo -dijo María preocupada-. No te preocupes, corderito, encontraré una solución.

María regresó al pueblo y habló con el señor Martín, un granjero amable y sabio. - Señor Martín, encontré un corderito perdido y pensaba que esta granja abandonada podría ser su hogar. ¿Podrías ayudarme? El señor Martín sonrió y asintió.

Juntos arreglaron las cercas rotas, limpiaron los establos y prepararon todo para recibir al pequeño cordero. Finalmente, llegó el día en que el corderito pudo mudarse a su nuevo hogar.

María lo llevó hasta la granja junto al señor Martín y allí lo dejaron correr libremente por los campos verdes. - Ahora estarás seguro aquí, querido corderito -dijo María emocionada-. Siempre estaré cerca para visitarte. El corderito baló felizmente mientras saltaba entre las flores del campo.

Desde entonces, María visitaba a su amigo todos los días después de la escuela. Juntos compartían momentos de alegría e inocencia mientras disfrutaban del hermoso paisaje rural. Con el tiempo, el pequeño corderito creció fuerte y sano bajo el cuidado del señor Martín.

Fue testigo de cómo María se convirtió en una joven valiente e inteligente que siempre luchaba por sus sueños. Y así fue como María tuvo un compañero fiel para toda su vida.

El corderito encontró un hogar y María descubrió el verdadero significado de la amistad y la importancia de cuidar a los seres queridos. Desde aquel día, cada vez que María paseaba por el prado, se sentía agradecida por haber encontrado al corderito perdido.

Y juntos, continuaron creando hermosos recuerdos en su pequeño rincón del mundo.

FIN.

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