Mariana y el Sueño de Jugar al Fútbol



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía Mariana, una niña de diez años que soñaba con ser jugadora de fútbol. Cada vez que veía un partido por televisión, sus ojos brillaban de emoción y no podía evitar imaginarse corriendo tras la pelota, driblando contrarios y marcando goles. Sin embargo, había un pequeño gran obstáculo en su vida: su papá, que pensaba que el fútbol era solo para varones.

Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, Mariana corrió detrás del balón y, tras una jugada magistral, hizo un gol espectacular. Todos los chicos la aplaudieron y gritaron su nombre:

"¡Mariana, sos una genia!"

Ella sonrió con confianza, pero cuando volvió a casa, su alegría se desvaneció al recordar la reacción de su papá al enterarse de que ella jugaba fútbol.

"Mariana, el fútbol no es para niñas. Deberías hacer cosas más ‘femeninas'", le había dicho su papá en más de una ocasión.

Sin embargo, Mariana no iba a rendirse fácilmente. Decidió que haría todo lo posible para demostrarle a su papá que el fútbol no tenía género. Esa tarde, después de hablar con sus amigos, se les ocurrió una idea.

"¿Y si organizamos un partido en la plaza? ¡Podríamos invitar a todos, incluso a las chicas que se animen a jugar!" - sugirió su mejor amigo, Tomás.

Las semanas pasaron, y Mariana se dedicó a organizar el desastre de partido. Con la ayuda de sus amigos, hicieron carteles, repartieron invitaciones y prepararon un gran evento. El día del partido llegó, y la plaza estaba llena de niños y niñas de todas las edades.

"¡Que gane el mejor equipo!" - gritó Mariana, mientras se preparaba para jugar.

El partido comenzó y Mariana brilló en el campo. Corría, pasaba y pateaba la pelota como nunca antes. Todos estaban sorprendidos. Grandes y chicos se unieron, apoyando a sus equipos. A medida que avanzaba el partido, los gritos de aliento resonaban:

"¡Vamos Mariana! ¡Hacelo por las chicas!"

La emoción era palpable. Mariana no solo estaba jugando, estaba demostrando su pasión y talento.

Al final del partido, Mariana había marcado el gol de la victoria. El estadio improvisado estalló en aplausos y vítores.

"¡Sos increíble, Mariana!" - le gritó una de las chicas.

Esa noche, agotada pero feliz, regresó a casa y se encontró con su papá, quien la esperaba con el ceño fruncido.

"¿De dónde venís tan tarde?" - preguntó el papá con tono serio.

"Fui a jugar al fútbol, papá. Fue el mejor día de mi vida. ¡Organizamos un partido y todos jugaron, fue espectacular!"

El papá la miró fijamente.

"Fútbol? Pero eso es para varones."

Mariana respiró profundo.

"No, papá. El fútbol es para todos. Las chicas también podemos jugar y ser buenas en ello."

"Pero es que yo solo quiero que hagas cosas de nena. Cosas como bailar, cantar…"

"Pero papá, me gusta el fútbol. Y quiero que me apoyes. Nadie tiene que decirme qué puedo hacer por ser niña. ¡Puedo soñar!"

El padre se quedó en silencio y pensó en todo lo que había visto y oído. Recordó el partido y la alegría acumulada de los niños.

"Te vi jugar, Mariana. Lo hiciste muy bien. Tal vez me equivoqué al pensar que el fútbol era solo para varones. Estoy orgulloso de ti. Tal vez… tal vez se pueda encontrar un lugar para que sigas jugando. ¿Qué te parece?"

"¿De verdad, papá?" - preguntó Mariana, con los ojos llenos de esperanza.

"Sí, de verdad. Podemos buscar un club donde puedas jugar. Y si te gusta, iremos a ver partidos juntos. " - respondió su papá con una sonrisa.

Mariana saltó de felicidad.

"¡Gracias, papá! No te vas a arrepentir, de verdad. "

Así comenzó una nueva etapa en la vida de Mariana. Al poco tiempo, se unió a un club de fútbol donde conoció a muchas chicas que compartían su pasión. Aprendió a entrenar más y cada vez se sentía más segura. Su papá la acompañó a los partidos y la alentó en cada jugada. El apoyo que antes le faltaba, ahora le daba alas.

Mariana estaba lista para seguir persiguiendo su sueño, y ya no le preocupaba lo que otros pensaran. Ella sabía que lo único que importaba era su amor por el fútbol y la determinación que llevaba en su corazón.

El fútbol no solo le había enseñado a demostrar su habilidad, sino que le dio una lección importante sobre la igualdad y los sueños. Y lo mejor de todo, aprendió que no hay límites cuando uno se lo propone.

Así, Mariana siguió jugando al fútbol, demostrando que las niñas también pueden ser grandes estrellas del deporte. Y su papá, siempre a su lado, orgulloso de la maravillosa futbolista que tenía como hija.

FIN.

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