Mario y el Gran Jardín de las Emociones
En una pequeña ciudad llena de colores y risas, vivía un niño llamado Mario. Era un niño alegre, pero muchas veces las emociones lo sorprendían como un trueno en un día soleado. Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque, se sintió abrumado por una mezcla de alegría y nerviosismo.
"¡Vamos a jugar a la pelota!" - gritó Lucas, lanzando la pelota hacia Mario.
"¡Sí, eso suena genial!" - respondió Mario, pero en el fondo sentía un pequeño nudo en el estómago.
Cuando estaba por patear la pelota, un grupo de chicos más grandes empezó a reírse de él. Mario, en vez de disfrutar el juego, se sintió triste y enojado.
"¿Por qué se ríen de mí?" - pensó, quedándose quieto en el lugar. Sus amigos notaron que no se movía y fueron a su lado.
"Che, Mario, ¿estás bien?" - preguntó Sofía, con su mirada preocupada.
"No... no sé qué me pasa" - respondió él, sintiéndose frustrado.
Esa tarde, mientras caminaba a casa, Mario se encontró con un viejo árbol situado al final de la vereda. Este árbol, con sus ramas torcidas y hojas verdes, parecía tener una historia que contar. Mario se sentó a su sombra, y de repente, una pequeña ardilla apareció.
"Hola, niño. Me llamo Rulo. ¿Por qué tan pensativo?" - preguntó la ardilla con una sonrisa.
"No sé cómo manejar mis emociones. Hoy estaba feliz pero después me sentí triste y enojado..." - confesó Mario, mirando el suelo.
"Entiendo, a veces el corazón también tiene sus propias montañas rusas. Pero hay un lugar especial que puede ayudarte a entender tus emociones." - dijo Rulo.
Intrigado, Mario preguntó:
"¿Dónde es?"
"Acompáñame, iré a mostrarte el Gran Jardín de las Emociones. Allí podrás aprender sobre tus sentimientos.”
Mario se armó de valor y siguió a Rulo. Después de caminar por un sendero lleno de flores, llegaron a un hermoso jardín. Había árboles de diferentes colores, fuentes que brillaban con el sol y, lo más importante, era un lugar donde cada emoción tenía su propio rincón.
"Aquí tenemos el rincón de la alegría" - dijo Rulo mostrando flores amarillas que reían como risitas.
"¿Y ahí?" - preguntó Mario, señalando un rincón lleno de nubes grises.
"Ese es el rincón de la tristeza. Es importante sentirse triste a veces y permitir que esos sentimientos fluyan. Aquí aprendemos a aceptar cuando las cosas no salen bien" - explicó Rulo.
"¿Y cómo hago para no sentirme tan confundido?" - inquirió Mario.
"Primero, debes hablar con tus sentimientos. Cada emoción tiene algo que enseñarte. Cuando sientas enojo, intenta respirar profundo y contar hasta tres. A veces, solo necesitan que las escuches. ¿Ves esto?" - Rulo señaló un árbol impresionante en el centro del jardín, adornado con luces de diferentes colores que titilaban suavemente.
"¡Es hermoso!" - exclamó Mario, admirado.
"Es el árbol de la comprensión. Cuando aprendas a escuchar tus emociones, crecerán y se harán hermosas como este árbol. No temas sentir. Es parte de ser humano" - dijo Rulo, guiando a Mario a un pequeño lago que reflejaba el cielo.
"Ahora, dime, ¿qué sientes en este momento?" - preguntó Rulo.
"Siento... tranquilidad. Me gusta estar aquí. Siento que puedo ser yo mismo" - respondió Mario, sonriendo.
"¡Exactamente! Ahora, cada vez que sientas algo, ven aquí y pregúntate qué te quiere contar tu emoción" - sugirió Rulo.
Con el tiempo, Mario empezó a visitar el jardín a menudo, aprendiendo a expresar lo que sentía. Al volver al parque después de su primer día, se encontró de nuevo con sus amigos.
"¡Mario! ¿Dónde estuviste?" - preguntó Sofía con curiosidad.
"Fui a un lugar mágico donde aprendí sobre mis emociones" - dijo Mario con entusiasmo.
"¿Qué aprendiste?" - preguntó Lucas.
"Que está bien sentirse triste o enojado. Solo tengo que saber escucharme y expresarlo. ¿Quieren jugar a la pelota?" - ofreció Mario, sintiéndose más seguro.
Sus amigos sonrieron y asintieron con la cabeza. Mario pateó la pelota con confianza no solo porque había aprendido sobre sus emociones, sino porque sabía que siempre tendría un lugar al que ir para entenderlas mejor.
Y así, Mario y sus amigos aprendieron a jugar y a compartir sus sentimientos, creando un espacio donde cada emoción tenía su lugar, llenando el parque de risas y comprensión.
Desde ese día, Mario siempre recordaba cada rincón del Gran Jardín de las Emociones, y aunque a veces se sentía confundido, sabía que siempre podía volver a escuchar su corazón.
FIN.