Martín y los fuegos artificiales



Había una vez un niño llamado Martín, que vivía en un pequeño pueblo en el campo junto a sus padres y su perro Max.

Martín tenía trece años y nunca había visto fuegos artificiales, ya que en el campo no solían hacer espectáculos con ellos. Sin embargo, Martín tenía miedo de los fuegos artificiales porque cada vez que escuchaba uno, Max se ponía muy nervioso y sufría ataques de ansiedad.

Martín amaba a su perro Max con todo su corazón y no soportaba verlo asustado. Por eso, cuando se enteró de que en la ciudad vecina iban a hacer un gran espectáculo de fuegos artificiales por las fiestas del pueblo, sintió un nudo en el estómago.

No quería ir y exponer a Max a algo que lo pusiera tan mal. Un día, mientras Martín paseaba por el campo con Max, se encontró con Don Manuel, un anciano sabio del pueblo que conocía a todos sus habitantes.

Don Manuel notó la tristeza en los ojos de Martín y le preguntó qué le pasaba. Martín le contó sobre su miedo a los fuegos artificiales y cómo eso afectaba también a Max.

"Entiendo tu preocupación por Max", dijo Don Manuel con calma. "Pero recuerda que debemos enfrentar nuestros miedos para poder superarlos". Martín reflexionó sobre las palabras del anciano durante días.

Finalmente, decidió tomar coraje y hablar con sus padres sobre ir al espectáculo de fuegos artificiales. Al principio, sus padres dudaron debido al miedo de Martín y la sensibilidad de Max, pero al ver la determinación en los ojos de su hijo accedieron a acompañarlo.

La noche del espectáculo llegó y Martín estaba nervioso pero decidido a enfrentar su miedo. Se aseguró de llevar consigo una manta para cubrir las orejas de Max y así protegerlo del ruido fuerte.

Cuando comenzaron los fuegos artificiales, Martín cerró los ojos con fuerza esperando lo peor. Sin embargo, cuando abrió los ojos vio algo maravilloso: colores brillantes iluminando el cielo oscuro como hermosas flores estallando en el aire. Poco a poco, el miedo de Martín se convirtió en asombro ante tanta belleza.

"¡Mira Max! ¡Son como estrellas fugaces!" exclamó Martín emocionado mientras acariciaba a su perro. Max aún temblaba un poco bajo la manta pero parecía más tranquilo gracias al cariño de Martín. Juntos disfrutaron del espectáculo hasta el final.

Al regresar a casa esa noche, Martín abrazó a sus padres emocionado. "¡Gracias por ayudarme a superar mi miedo! Los fuegos artificiales son increíbles", les dijo con una sonrisa radiante.

Desde ese día en adelante, cada vez que escuchaban fuegos artificiales tanto Martín como Max recordaban aquella noche especial donde juntos habían enfrentado el miedo y descubierto la belleza detrás de él.

Y así, entre risas y ladridos felices bajo el cielo estrellado del campo, Martín comprendió que no hay nada imposible cuando se tiene valentía y amor para enfrentar los desafíos que la vida nos presenta.

FIN.

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