Mateo y su primer día de clases



Era un soleado lunes por la mañana, y Mateo se despertó con una mezcla de emoción y nerviosismo. Hoy era su primer día de clases, y su mente bullía con pensamientos sobre lo que le esperaba. Al mirar por la ventana, vio a sus amigos Pablo y Lucía que jugaban en el parque. Eso le dio un empujoncito de alegría.

"¡Mamá, ya estoy listo!" - gritó Mateo mientras se ponía su mochila al hombro.

Su mamá sonrió y le dio un abrazo. "No olvides ser amable con los nuevos compañeros, Mateo. Este es un gran día para todos."

Mateo bajó corriendo las escaleras y salió de casa, dispuesto a vivir la aventura. Al llegar al colegio, su corazón latía con fuerza. Vio a Pablo y Lucía y corrió hacia ellos.

"¡Chicos! ¡Qué emoción verlos!" - exclamó mientras les sonreía.

"¡Mateo! Estábamos preocupados por vos!" - dijo Lucía "¿Estás listo para el nuevo profe?"

"No lo sé, ¿y si es estricto?" - respondió Mateo, con un poco de temor.

"Vamos a descubrirlo juntos!" - dijo Pablo, dándole una palmadita en la espalda.

Entraron al aula donde los recibió la maestra Clara, una mujer con una gran sonrisa. "¡Bienvenidos, niños! Estoy muy contenta de conocerlos. Hoy haremos varias actividades divertidas."

Mateo se sintió aliviado al ver que la profesora era amable y tenía un aire relajado. Comenzaron a jugar un juego para conocerse mejor. Cada uno tenía que decir su nombre y algo que le gustara. Cuando llegó el turno de Mateo, se sintió nervioso nuevamente.

"Me llamo Mateo y... me encanta dibujar!" - dijo, levantando tímidamente su mano.

"¡Yo también!" - gritó Lucía. "Podemos dibujar juntos en el recreo!"

"Sí!" - afirmaron los demás niños.

Mateo se sintió parte del grupo. No obstante, mientras avanzaba la clase, notó que había un niño sentado solo en la esquina. Se llamaba Tomás, y tenía una expresión triste en su rostro. Mateo recordó cómo él también había sentido temor en los primeros días. Decidió que debía hacer algo.

"Chicos, ¿por qué no invitamos a Tomás a unirse a nosotros?" - sugirió Mateo.

"Pero no lo conocemos bien..." - dijo uno de sus compañeros, un poco dudoso.

"¡Es cierto! Pero todos nosotros estamos haciendo amigos, y él también debería tener la oportunidad!" - respondió Mateo, convencido.

Lucía y Pablo miraron a Mateo, y luego asintieron con la cabeza.

"Está bien, Mateo. Vamos a invitarlo!" - dijo Lucía, con una sonrisa.

"¡Tomás, ven aquí!" - gritó Pablo.

Tomás se acercó lentamente, mirando un poco confundido. Mateo lo saludó con entusiasmo.

"Hola, Tomás, soy Mateo. ¿Te gustaría jugar con nosotros en el recreo?" - invitó.

"Sí, claro..." - respondió Tomás, sonriendo timidamente.

El recreo llegó y todo el grupo se reunió para jugar al fútbol. Al principio, Tomás se quedó un poco al margen, pero Mateo lo animó.

"Tomás, ven a jugar con nosotros, ¡te prometo que te divertirás!" - dijo Mateo.

"¡Sí! Lo haremos genial juntos!" - chirrió Lucía.

Tomás corrió hacia la pelota y, para sorpresa de todos, hizo un gol. La cancha estalló en aplausos.

"¡Bien hecho, Tomás!" - gritaron todos, animados.

Después del recreo, la maestra Clara se acercó a Mateo. "Mateo, estoy muy orgullosa de ti por haber incluido a Tomás. Esa es una gran lección sobre la amistad y la inclusión."

Mateo sonrió, sintiéndose confortado. Sabía que había hecho algo bueno.

"Gracias, maestra Clara. Todos deberíamos ser amigos, así jugamos y aprendemos todos juntos."

El día terminó con risas y promesas de nuevas aventuras. Al llegar a casa, Mateo le contó a su mamá:

"Hoy fue un día increíble. Hice nuevos amigos y hasta ayudé a Tomás!"

Al escuchar a su hijo, la mamá de Mateo dijo:

"Eso es lo más maravilloso que puedes hacer, Mateo. Ser un buen amigo es uno de los tesoros más grandes de la vida."

Y así, cada día en la escuela se convirtió en una nueva oportunidad para Mateo, Lucía, Pablo, Tomás y todos sus compañeros. Juntos aprendieron que la amistad y la inclusión llenaban el aula de alegría y que superar el miedo podía ser el primer paso hacia grandes aventuras.

FIN.

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