Mi cuerpo es mi espacio personal



Había una vez en un colorido vecindario, un pequeño niño llamado Lucas. Lucas era un chico alegre y curioso, que siempre estaba explorando el mundo que lo rodeaba. Le encantaba jugar en la plaza con sus amigos, pero había algo que a veces lo confundía: el concepto de su espacio personal.

Un día, mientras jugaban a la pelota, su amiga Sofía se acercó y le dijo:

"¡Lucas! ¡Pasame la pelota!"

Lucas, contento, le lanzó la pelota, pero Sofía, emocionada, corrió y se abalanzó sobre él para abrazarlo.

"¡Sofía, espera!" - exclamó Lucas, dando un pasito atrás. "A veces siento que necesito un poco más de espacio."

Sofía lo miró intrigada. No comprendía del todo a qué se refería Lucas. "¿Espacio? Pero estamos jugando. ¿Por qué no puedo abrazarte?"

Lucas pensó un poco antes de responder. "Es que mi cuerpo es como un espacio privado. A veces, cuando alguien se acerca demasiado o me toca sin que yo lo quiera, me siento un poco incómodo."

Sofía asintió, tratando de entender. "Oh, ¡ya entiendo!" - dijo. "¿Cómo puedo saber cuándo te sientes incómodo?"

Lucas, sintiéndose un poco más seguro, dijo: "Podríamos usar una señal. Cuando yo haga este gesto con mi mano, será que necesito un momento para mí."

Sofía sonrió y extendió su mano hacia Lucas. "¡Trato hecho! Pero yo también tengo una señal. ¿Podemos hacerla juntos?"

Dicho esto, Sofía levantó su dedo índice. "Cuando sienta que estoy muy rodeada, haré esto y tú me entenderás."

Los dos se sintieron felices de haber encontrado una manera de comunicarse sobre su espacio personal. Desde ese día, siempre que uno de los dos hacía su señal, el otro lo respetaba. Sin embargo, un día, durante el recreo, un nuevo chico llegó a la escuela. Se llamaba Manuel y parecía muy entusiasta.

"¡Hola a todos! Soy Manuel y estoy listo para jugar a la pelota!" - afirmó, saltando hacia el grupo.

Lucas, al ver que Manuel se unía, sintió un pequeño nudito en el estómago. No estaba seguro de cómo reaccionar, así que decidió mantener su señal en su mente.

Manuel comenzó a jugar, pero pronto se acercó demasiado a Lucas. "¿Por qué no te lanzas a la diversión, Lucas?" - le dijo mientras le daba una palmadita en la espalda. Lucas se sintió incómodo.

"Eh, Manuel…" - comenzó Lucas, recordando la señal que había acordado con Sofía. "Necesito un poco de espacio, por favor."

Manuel, confundido, retrocedió un poco. "¿Espacio? No sabía que era tan importante para vos."

"Es que todos tenemos nuestro propio espacio personal. Puedo ser tu amigo y también querer que mi cuerpo sea mi espacio privateno. ¿Entendés?" - explicó Lucas con una sonrisa, intentando que Manuel comprendiera.

A medida que transcurría el juego, Lucas se sintió más seguro compartiendo su opinión. "¡Podemos jugar juntos! , pero me gustaría que todos respeten nuestros espacios personales."

Sofía, que estaba escuchando, interrumpió: "Sí, eso es muy importante. Podemos seguir jugando y divertirnos, pero asegurémonos de siempre tener en cuenta el espacio de cada uno."

Manuel se rió. "Está bien, chicos. Gracias por enseñarme sobre esto. A partir de hoy, haré lo mismo. ¡Juguemos juntos, pero sin apretar tanto!" - prometió.

Desde ese día, en la plaza, los niños siempre se recordaban unos a otros sobre sus espacios personales. Se dieron cuenta de que jugar juntos no significaba estar demasiado cerca y que el respeto era fundamental. Aprendieron a comunicar cómo se sentían y a cuidar de sus propios espacios y los de los demás.

Así fue como Lucas y sus amigos descubrieron que su cuerpo era su espacio personal, y que era un lugar importante que debía ser respetado. Con el tiempo, se volvió natural para todos, y cada uno se sintió más libre y feliz de ser parte de un grupo donde podían ser ellos mismos, respetando siempre el espacio de cada uno.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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