Un día en la escuela



En una pequeña escuela de un pueblo alegre, había un niño llamado Santo Domingo. Era un chico curiosísimo, siempre levantando la mano para hacer preguntas y aprender más sobre el mundo. Santo tenía una gran amiga, Madre Elmina, quien era una maestra nueva en la escuela. Era conocida por ser bondadosa, generosa y muy humilde. Todo el mundo la adoraba no solo por su manera de enseñar, sino también por su capacidad de entender a los demás.

Un día, Santo llegó a la escuela con una idea brillante.

"Madre Elmina, ¿podemos hacer un proyecto sobre cómo ayudar a otros en nuestra comunidad?" -propuso emocionado.

"¡Eso suena maravilloso, Santo!" -respondió ella con una sonrisa cálida. "Podemos hacer un carteles y llevarles comida a quienes lo necesiten. ¿Qué te parece?"

Santo se iluminó.

"¡Me encanta! Pero, ¿cómo vamos a conseguir la comida?" -preguntó con curiosidad.

"Podemos pedir ayuda a nuestros compañeros. Cada uno puede traer algo de su casa. Además, yo hablaré con algunas tiendas del barrio para ver si pueden ayudarnos también. ¿Te parece bien?" -sugería ella.

Santo asintió con entusiasmo y rápidamente se puso a trabajar. Fue de clase en clase, contando a todos sobre el proyecto y explicando cómo podían ayudar. Sin embargo, no todos estaban tan emocionados. Algunos de los chicos más grandes comenzaron a burlarse.

"¿Para qué ayudar a otros? Eso es una pérdida de tiempo!" -comentó uno de ellos, riendo.

Santo sintió un nudo en el estómago, pero recordó lo que Madre Elmina le había enseñado: 'Siempre hay que ayudar, incluso si otros no lo entienden'. Así que siguió adelante, inspirado por el valor que le dio su maestra.

Llegó el día de la recolecta. Santo y Madre Elmina estaban en el patio, esperando a que los compañeros trajeran sus contribuciones. Primero llegaron algunos niños con cajas de galletitas y frutas.

"¡Mirá, Santo! Todos están ayudando!" -exclamó Madre Elmina con alegría.

De repente, el chico que se había burlado apareció con un montón de envoltorios vacíos.

"Lo siento, Santo, no traje nada. Pero mirá lo que encontré en la basura. No sé si te servirá..." -dijo con tono de burla.

Santo sintió un poco de tristeza, pero en lugar de reprenderlo, optó por invitarlo a participar.

"Podés ayudarnos a llevar las cosas a los que lo necesitan. ¡Así también podrías sentir lo lindo que es ayudar!" -le ofreció sonriente.

El chico, sorprendido por la respuesta amable de Santo, asintió tímidamente.

Luego, con las cajas llenas de comida, Santo, Madre Elmina, y todos los compañeros, se dirigen hacia el barrio. La experiencia se volvió mágica y llena de sonrisas. Todos se unieron para repartir la comida, pero además, escucharon las historias de aquellos a quienes ayudaron.

"Nunca imaginé que podía hacerme sentir tan bien ayudar" -dijo el chico que se había burlado.

Madre Elmina sonrió y le dio unos consejos.

"A veces, ayudar a otros enseña más que simplemente estudiar. Lo que hacemos hoy puede tener un gran impacto en la vida de alguien. Cada acción cuenta, por pequeña que sea."

El sol comenzaba a ocultarse y los corazones estaban llenos de alegría, así como las canastas que llevaban. Todos regresaron a la escuela cantando y riendo, sintiéndose parte de algo significativo.

A partir de ese día, la escuela se convirtió en un lugar más unido y solidario. Santo seguía levantando la mano para hacer preguntas, pero ahora también hablaba de la importancia de ser bondadoso y generoso. La maestra Madre Elmina nunca dejó de inspirar a los alumnos con su humildad y su dedicación. Así, aprendieron que, aunque el conocimiento es importante, el amor y la compasión lo son aún más.

Y así, Santo y Madre Elmina demostraron que una simple idea puede unir a toda una comunidad, y que ayudar a otros siempre nos hace crecer un poco más.

FIN.

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