Una Aventura en Maraño
En la mágica provincia de Maraño, donde los árboles susurran secretos y los ríos danzan al compás del viento, vivían dos amigos muy peculiares: un armadillo llamado Aro y un sajino llamado Sajo. Aro era un armadillo curioso, siempre cubierto con su caparazón brillante y con una gran pasión por la aventura. Sajo, por su parte, era un sajino de pelaje marrón y ojos vivaces, conocido por su astucia y rapidez.
Un hermoso día de sol, Aro le dijo a Sajo:
"¡Sajo! Hoy estoy decidido a encontrar la misteriosa Fruta Dorada que se dice crece en la cima del Cerro de los Susurros. ¿Vamos juntos?"
"¡Claro, Aro! He oído muchas historias sobre esa fruta. Dicen que quien la encuentra obtiene un deseo especial", respondió Sajo con una sonrisa.
Emocionados, los dos amigos se pusieron en marcha. Caminaron por el bosque, saltando sobre raíces y cruzando pequeños arroyos. En el camino, encontraron un viejo árbol sabio que los miraba con curiosidad.
"¡Hola, pequeños exploradores!" dijo el árbol, moviendo suavemente sus ramas. "¿A dónde van tan alegres?"
"¡Vamos a encontrar la Fruta Dorada!" exclamó Aro.
"Es un viaje peligroso, así que escuchen bien. Si desean llegar a la cima, deberán atravesar el sendero de las ilusiones, donde lo que ven no siempre es lo que es", advirtió el árbol.
Sajo se rascó la cabeza.
"¡No hay problema! Podemos enfrentar cualquier desafío juntos."
Después de despedirse del árbol, Aro y Sajo siguieron su camino hacia la montaña. Cuando llegaron al sendero de las ilusiones, se encontraron en un lugar donde las sombras parecían cobrar vida.
"Mirá, Aro, ¡hay un atajo por allí!" exclamó Sajo, señalando un camino que se veía más corto.
"Pero, Sajo, el árbol nos advirtió. A veces lo que parece más fácil no es lo correcto", respondió Aro, que tenía un buen instinto.
"Armar nunca miente, pero quiero llegar rápido. Sigamos por el atajo", insistió Sajo.
Al principio, Aro dudó, pero finalmente decidió seguir a su amigo. Sin embargo, a medida que avanzaban, el sendero se volvía cada vez más oscuro y retorcido.
"¡Ay, Sajo! ¡Siento que estamos perdidos!" Aro comenzó a sentir miedo.
"¡No te preocupes! Todo estará bien. Solo hay que encontrar la salida", dijo Sajo, tratando de alentar a su amigo. Pero cuando miraron a su alrededor, los árboles parecían cerrarse y las sombras danzaban como si estuvieran burlándose de ellos.
**Un poco desanimados, decidieron sentarse un momento para pensar.**
"Quizás deberíamos haber escuchado al árbol", comentó Aro, sintiéndose culpable por haber tomado el atajo.
"Tienes razón, Aro. Nunca debimos ignorar el consejo. Regresaremos al camino principal. ¡Vamos!" Sajo tomó la iniciativa y juntos regresaron al lugar donde los árboles eran más claros.
Finalmente, luego de un rato de recorrer el sendero correcto, llegaron a la cima del Cerro de los Susurros. Entre las ramas doradas y brillantes, encontraron la tan buscada Fruta Dorada.
"¡Lo logramos!" gritó Aro, saltando de alegría.
"Pero, Aro, ¿qué deseo pedirás?" preguntó Sajo con curiosidad.
"No lo sé, quizás un deseo para siempre podamos disfrutar de esta amistad", respondió Aro con sinceridad.
Entonces, ambos amigos tomaron la Fruta Dorada y pronunciaron el deseo juntos. En ese momento, una luz brillante los rodeó y, al abrir los ojos, se dieron cuenta de que el verdadero deseo que habían hecho era recordar la importancia de la amistad y de escuchar a quienes tienen más experiencia.
Desde aquel día, Aro y Sajo continuaron viviendo aventuras, siempre recordando lo que aprendieron en el camino. Y, sobre todo, nunca olvidaron el valor de trabajar juntos y compartir sus sueños.
Así, el armadillo y el sajino se convirtieron en los mejores amigos que la provincia de Maraño había conocido, dejando una huella no sólo en su propio corazón, sino en todos los que escuchaban sus historias. Fin.
FIN.